viernes, 9 de marzo de 2007

Revolucionarios o institucionales

José Roberto Duque
Es difícil el equilibrio entre el gobiernista y el revolucionario. Difícil, aunque no imposible ni inviable, cuando se trata de un gobierno que se ha propuesto echar las bases para una revolución profunda. Pero la contradicción está allí; se puede maquillar, esconder un rato tras la cortina
La falla es de origen e indica que la Revolución (llámase a esto insurgencia y demolición de un poder establecido) nunca puede llegar a ser Gobierno, porque automáticamente deja de serlo. A menos que uno sea un cínico del coño y reproduzca en la denominación y en los gestos la acción del partido más aberrado de México y seguramente de América Latina, está claro que sólo puede haber una Revolución y es la que llevan a cabo los ciudadanos. La discusión es vieja pero hay que traerla a la superficie de vez en cuando: eso de “Partido Revolucionario Institucional” es una patada en las bolas a la lógica, al respeto que se merecen los pueblos e incluso a la naturaleza de las instituciones, porque las Revoluciones se dan precisamente con el fin de acabar con las instituciones, cuando éstas caducan, se corrompen o estorban el natural desempeño de la gente común. Decir “revolucionario institucional” es una contradicción balurda, un oxímoron; es como decir fuego frío, hielo caliente, empresario socialista, División de Inteligencia Militar.
Las revoluciones se activan en contra del poder o en ausencia de un poder establecido; cuando cumplen su tarea de poner todo en su sitio (o de moverlo todo del sitio en que está) se esfuman y regresan a la cámara de hibernación de la Historia. Sucedió el 27 de febrero, ya ustedes saben en qué contexto y con qué potencia; sucedió también el 12 de abril: no bien se supo que ningún poder establecido tenía el control de nada, hizo acto de presencia en la calle. El 14 en la madrugada desapareció nuevamente.
Lo lógico, natural y correcto es apoyar un Gobierno como el actual, que ha hecho que nunca en la historia como en este momento estemos tan cerca de una Revolución. Lo que está mal es creer que tanto muerto, tanta represión, tanto llanto y tanto exterminio, tuvo por objeto la conformación de un Gobierno o estructura de poderes “esto”, donde vegeta un cabeza ‘e pipe como el “contralor” Russián, donde el diario emblemático sea un bodrio intragable como Vea y donde la Policía Metropolitana ahora dice ser revolucionaria, cuando lo procedente es que no haya policías.

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